viernes, 11 de octubre de 2013

Generación walkie talkie



Somos una generación de urgidos cotorros interpersonales, la empatía se propaga como enfermedad venérea en los 60’s. Ya no podemos hacer y deshacer sin que alguien lo sepa. Casos de gente que publica en Facebook que robó o insinuándolo. Ya ni robar nos guardamos para nosotros mismos. Sin embargo, esto trae como consecuencia un análisis más abierto de la gente que está y no está pero sí sabes dónde está y qué está haciendo.

Decidí estudiar comunicación social por varios motivos: a pesar de que la globalización nos hace creer que estamos conectados con todo el mundo, no es así. Internet deja claro que podemos ser (virtualmente) omnipresentes, pero el oleaje de la tecnología no nos ha bañado a todos. Hace poco veía un documental de comunidades indígenas que no hablaban español, que habían cometido delitos que para nuestra cultura son delitos y para la suya un mero acto de sobrevivencia (como pescar huevos de tortuga, por ejemplo) el problema no sólo era que estas personas no sabían del delito sino que durante el juicio no había traductores, ¿cómo te defiendes de algo que no sabes qué hiciste y no entiendes cuando te lo explican? Dudo que lo hayan podido googlear. En el documental resaltaban que, hasta el 2011, sólo 7 personas en el país estaban certificadas como traductoras en procesos legales. En 3 lenguas diferentes, en un país con más de 300 lenguas indígenas.

Quise entrar a comunicación social porque considero que la comunicación que no entra en el ámbito global, también es social y también debe de estudiarse, además de ser una licenciatura dinámica y muy ad hok con la revolución masiva de la comunicación y sus vías tan fugaces, tiene un lado humano que permite hacernos la idea de que no importa cuántos likes tengamos, somos uno en un millón de personas comportándose de una manera pre-establecida que depende del área geográfica y cultural en la que hayamos nacido.



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