Me gustaría encontrar a quien haya escrito el
Lazarillo de Tormes (algo difícil cinco siglos después) y decirle que los siete
tratados se me hicieron un camino frustrante de vida afanosa, tal vez le
propondría (si tuviera tanta suerte) hacer una adaptación contemporánea,
presentarle el cine, mostrarle que la avaricia y el hambre son dos cualidades
que no pertenecen a una época, sino a la condición de hombre. Quizá lo sepa y
me acaricie el cabello de forma compasiva por mi entusiasmo de bisoña, tal vez
me diga: lo sé, por eso escribí y prescindí de mi nombre que tiene una carga
histórica y geográfica, quise perderlo en el tiempo, que se desligara del cuándo
y dónde, porque es una obra que habla sobre dilemas ubicuos. Probablemente me
equivoco, pero sea quien sea el autor de esta novela picaresca, seguro no le
molestará mi teoría.
Que se llamara Lázaro y naciera en un río sumó
puntos. Que su papá se robara del molino de su trabajo para llevarles de comer
sacudió la escala de valores e hizo que el papel básico de las obras como
“bueno” y “malo” pasen a ser algo que no puede catalogarse así como así, sin
desprenderse de la naturalidad del hombre, que no es malo ni bueno, solo es.
Lazarillo de Tormes se nos presenta como una
autobiografía de un muchacho pobre que habla y escribe correctamente, demasiado
bien para ser un Don Nadie que va rotando de amo en amo. Las primeras tres
veces la pasó mal pero de cada uno de ellos aprendió algo que hizo que las
siguientes fueran un poco más llevaderas. Al final, el karma o la perseverancia
(depende de qué tan románticos nos sintamos en la última página) hizo que
Lázaro pudiera pasar de ser un cuerpo flacucho pepenando algo de comida a
practicar un oficio de cierta posición social que no es tan fácil de adquirir
por la naturaleza del apellido, pero tampoco tan descabellado para ocuparse por
alguien como él.
En realidad su vida familiar no es tan importante,
basta con decir que era tan pobre que su mamá tuvo que “soltarlo” a la vida
dura por no poderlo mantener y quedarse con su medio hermano y su
padrastro. Además de ciertas frases que
el autor suelta como parte de la oración anterior pero que de forma aislada
surgen como una verdad independiente de la novela, por ejemplo:
“¡Cuántos
debe de haber en el mundo que huyen de otros porque no se ven a sí mesmos!”
Su primer amo fue un cruel ciego que lo mata de
hambre, lo maltrata y le enseña a mentir, a robar y lo orilla a ser astuto. La
primera escena de la estatua donde Lázaro pega su oreja y recibe un fuerte
golpe es su iniciación en el arte de la venganza y el ingenio. El ciego le dice
claramente, demostrando la idea que tiene de la vida: no puedo darte de comer
pero puedo enseñarte a ser inteligente.
A partir de ese diálogo se muestra claramente cómo
el ciego recurre a formas tal vez no muy bien vistas de engaño para valerse de
un pedazo de pan y dinero extra que acaparará como un avaro, tal vez por el
mismo colmillo que le dicta ser siempre precavido. El ciego, por ser ciego, se
ve “obligado” a seguir con su forma de vida tan egoísta. Lázaro reprueba la
crueldad y la vileza del hombre pero a lo largo de la novela nos damos cuenta
que aprendió algo de él y es valerse por sí mismo y ser cabrón algunas veces.
Para muestra un botón: “Holgábame a mí de quebrar un ojo por quebrar dos al que ninguno tenía”.
Ésta es una de mis líneas favoritas por dos cosas: primero, contiene todo el
resentimiento que Lázaro sentía por su amo hasta el punto de sacrificarse un
poco, sufrir, con tal de que el viejo sufriera el doble; segundo, por el
hermoso juego de palabras con estuche incluido, de usar de forma literal y figurativa
al mismo tiempo una cualidad importantísima de su amo. Obviamente hablo de su
ceguera.
La religión es muy importante en la novela, claro
que sí: es otra forma de obtener el dinero. La devoción es una fuente
inagotable, como inagotable es el pecado, de dinero. A lo largo de los relatos uno se da cuenta
que los que saben esto, le sacan provecho así sea sacerdote, así sea vende
bulas, un pobre ciego o un muchacho hambriento. La religión y la ingenuidad
(una de las variables dentro de la fe sin condiciones) son salvavidas para
algunas personas.
Incluso está bastante explícito en algunos párrafos:
“No nos maravillamos de un clérigo ni
fraile, porque el uno hurta de los pobres y el otro de casa para sus devotas”. Pero
sobre la credulidad hay una línea más reveladora: “especialmente mujeres, que cuanto les decían creían”. Lejos está
el siglo XVI de una revolución feminista extrema, y considero que en ese
tiempo, una línea así puede significar dos cosas: o que a las mujeres se les
tenía como seres pueriles fáciles de engañar, o que la carencia de educación en
ellas las hacía de esa manera. Apostaría por las dos.
Siguiendo con el ciego, Lázaro aprende, se burla de
él varias veces pero es siempre descubierto, hasta que se cansa, lo hace una
última vez y lo deja ¿Cómo se vería socialmente a un hombre que carece de
alguna facultad sensitiva como el ciego, que reparte hierbas y oraciones por
unas cuantas monedas? Tal vez el autor quiso desnudar a la figura típica del
hombre hambriento, pobre pero honrado y dejar la duda de que no sea así, que
quizá el pobre no por ser pobre es menos o más humano.
Cuando Lázaro dice “…solo soy, y pensar cómo me sepa valer” justo después de que le
cae el veinte que tiene que aprender y ser fuerte, no sólo se da cuenta de eso
sino que es la primera vez que (al menos en el texto) se mira así mismo como
alguien que no tiene a nadie más y que tiene que comenzar a pensar en él y sólo
en él porque nadie más lo hará. No es egoísmo, es supervivencia básica, nivel
uno.
“Me pareció que el cielo, con todo lo que en él hay,
me había caído encima”, esta frase subrayada en el libro no parece tan
graciosa, pero cuando la unes con la imagen de Lázaro acostado boca arriba,
bebiendo feliz de la vida, creyéndose el muy astuto, y después imaginar el
licor estampándose con todo y botella en su cara…resulta una de mis favoritas.
Lo más feo de todo es que no importa cuán malos sean
con él, a la vista de la demás gente él es el diablillo, él es el que hace
travesuras pasadas de lanza. Y los amos no reparan en contarle al mundo cómo
descubrieron tal o cual trampa para hacerse los más listos.
El Tratado Dos habla sobre su segundo amo. Rabia me
da escribir sobre ése. El segundo
amo es el sacerdote, otra figura típica
en la que la sociedad española podría tomar como alguien bueno. Incluso Lázaro,
después del viejo, todavía no capta que la maldad está en el hombre y no
importa que se haga llamar “hermano de la caridad”, “hijo de Dios”, o que sea un bebedor asiduo de vino. Y en este segundo capítulo se da cuenta que
la avaricia está en todos lados, incluso en la casa de Dios.
Más flaco que nunca está el Lazarillo cuando se le
ocurre hurtar de la caja donde guarda panes y cebollas, sacando copia de una
llave. El fraile no es tan astuto como el ciego y eso permite a Lázaro pasar
desapercibido y aumentar algo de peso. Pensando que son ratones, el amo tapa los
orificios de la caja pero enseguida el Lazarillo encuentra la forma de hacer
que parezca roto.
O cuando por pequeñas frases de menos de diez
palabras nos damos una idea de lo egoísta y maldito que puede ser una persona,
independientemente de su juramento ante cualquier dios: “Cómete eso, que el ratón cosa limpia es” ¿es en serio? La poca
comida que le daba a su sirviente estaba toda ratoneada. Eso es no tener madre.
No importa tanto, porque en este caso, Lázaro sabía que no estaba realmente
sucia, más que de sus propias manos.
Es clara la crítica del autor hacía este personaje
religioso, incluso en la parte del diezmo, a lo mejor para concientizar de
alguna forma el uso real de estas monedas en las misas. Pero lo peor, lo peor
de todo, es que no se da cuenta de la mala persona que es y parece muy natural
a sus actos: “Y santiguándose de mí como
si yo estuviera endemoniado tórnase a meter en casa y cierra su puerta”,
podríamos retomar la frase del principio: “…huyen
de otros, porque no se ven a sí mesmos”. Puto.
El tercer capítulo es mi favorito: hombre con porte,
bien vestido, altivo, se siente merecedor de grandes tierras, mentiroso. Lázaro
se siente aliviado al principio, piensa que al fin comerá algo.
“Bien
consideré que debía ser hombre, mi nuevo amo, que se proveía en junto, y que ya
la comida estaría a punto tal y como yo la deseaba y aun la había menester”.
Poco tarda Lázaro en darse cuenta de la verdad.
Poco tarda Lázaro en darse cuenta de la verdad.
“…estuve
en poco de caer de mi estado, no tanto de hambre como por conocer de todo en
todo la fortuna serme adversa”.
El caballero disfraza su estado famélico con rosas,
nobles y escudo de armas. “Hartar es de
los puercos y el comer regaladamente es de los hombres de bien”. Cuán
orgulloso debe ser alguien para decir que si no come es porque es hombre de
bien, aunque se esté muriendo de hambre y le quite la comida a su siervo. “¡Oh, Señor, y cuántos de aquéstos debéis
vos tener por el mundo derramados, que padecen por la negra que llaman honra lo
que por vos no sufrirían!”. Directo al acervo de frases reveladoras.
“Tanta
lástima haya Dios en mí como yo había dél, porque sentí lo que sentía, y muchas
veces había por ello pasado y pasaba cada día”.
A diferencia que con el ciego y siguiendo con la
metáfora tan cool de los ojos, Lázaro se quitaba un ojo para dárselo a su amo.
Se sentía culpable de cierta forma porque comprendía (aunque no le parecía del
todo) su comportamiento tan orgulloso, en el fondo sabía que se moría de hambre
pero también de vergüenza y quizás no lograba entender a ciencia cierta cómo
era el segundo sentimiento pero sí sabía que con el primero ya bastaba para ser
un desdichado. Sin que eso significara que su comportamiento tan snob no lo
frustrara.
De este capítulo, uno de los párrafos elegidos es:
-No
hay tal cosa en el mundo para vivir mucho, que comer poco.
-Si
por esa vía es- dije entre mí-, nunca yo moriré.
Otra cosa que le diría al autor, es que me hizo
sentir culpable muchas veces por reírme de cosas tan crueles como el hambre.
Si hubiera un certamen de los párrafos más garbosos,
no repararía en darle el premio a la parte donde Lázaro resuelve: ¡Oh desdichado de mí! Para mi casa llevan a
este muerto! Tardé minutos en poder retomar la lectura y respirar al mismo
tiempo.
“Hablaba
dos horas en latín: a lo menos, que lo parecía aunque no lo era”.
El caso es medir la ignorancia y aprovecharse de ella. Es un razonamiento como: Las personas no saben nada de latín, tampoco yo, pero sé que no saben entonces les diré que yo sí sé y pensarán que deben de seguirme porque sé más que ellas.
En el último capítulo Lázaro agradece los males que pasó, sobre todo con el ciego porque de ellos aprendió y pudo posicionarse, casarse y vivir bien, o al menos comer todos los días.
Este libro lo
leí en la versión infantil hace diez años, lo leí varias veces y entonces me
pareció muy divertido, en ese entonces no hice un análisis ni parecido a éste.
Leerlo en la versión más rebuscada, una década después hace que entienda cada
frase divertida y hasta sienta algo lúgubre en los chistes, pero sobre todo me
despierta el ansia de saber dónde está el autor y pensar que sería muy chido
hablar con él, o que el hablara más bien.