martes, 30 de julio de 2013

Ensayo del Lazarillo de Tormes

Me gustaría encontrar a quien haya escrito el Lazarillo de Tormes (algo difícil cinco siglos después) y decirle que los siete tratados se me hicieron un camino frustrante de vida afanosa, tal vez le propondría (si tuviera tanta suerte) hacer una adaptación contemporánea, presentarle el cine, mostrarle que la avaricia y el hambre son dos cualidades que no pertenecen a una época, sino a la condición de hombre. Quizá lo sepa y me acaricie el cabello de forma compasiva por mi entusiasmo de bisoña, tal vez me diga: lo sé, por eso escribí y prescindí de mi nombre que tiene una carga histórica y geográfica, quise perderlo en el tiempo, que se desligara del cuándo y dónde, porque es una obra que habla sobre dilemas ubicuos. Probablemente me equivoco, pero sea quien sea el autor de esta novela picaresca, seguro no le molestará mi teoría.

Que se llamara Lázaro y naciera en un río sumó puntos. Que su papá se robara del molino de su trabajo para llevarles de comer sacudió la escala de valores e hizo que el papel básico de las obras como “bueno” y “malo” pasen a ser algo que no puede catalogarse así como así, sin desprenderse de la naturalidad del hombre, que no es malo ni bueno, solo es.

Lazarillo de Tormes se nos presenta como una autobiografía de un muchacho pobre que habla y escribe correctamente, demasiado bien para ser un Don Nadie que va rotando de amo en amo. Las primeras tres veces la pasó mal pero de cada uno de ellos aprendió algo que hizo que las siguientes fueran un poco más llevaderas. Al final, el karma o la perseverancia (depende de qué tan románticos nos sintamos en la última página) hizo que Lázaro pudiera pasar de ser un cuerpo flacucho pepenando algo de comida a practicar un oficio de cierta posición social que no es tan fácil de adquirir por la naturaleza del apellido, pero tampoco tan descabellado para ocuparse por alguien como él.
En realidad su vida familiar no es tan importante, basta con decir que era tan pobre que su mamá tuvo que “soltarlo” a la vida dura por no poderlo mantener y quedarse con su medio hermano y su padrastro.  Además de ciertas frases que el autor suelta como parte de la oración anterior pero que de forma aislada surgen como una verdad independiente de la novela, por ejemplo:

“¡Cuántos debe de haber en el mundo que huyen de otros porque no se ven a sí mesmos!”

Su primer amo fue un cruel ciego que lo mata de hambre, lo maltrata y le enseña a mentir, a robar y lo orilla a ser astuto. La primera escena de la estatua donde Lázaro pega su oreja y recibe un fuerte golpe es su iniciación en el arte de la venganza y el ingenio. El ciego le dice claramente, demostrando la idea que tiene de la vida: no puedo darte de comer pero puedo enseñarte a ser inteligente.

A partir de ese diálogo se muestra claramente cómo el ciego recurre a formas tal vez no muy bien vistas de engaño para valerse de un pedazo de pan y dinero extra que acaparará como un avaro, tal vez por el mismo colmillo que le dicta ser siempre precavido. El ciego, por ser ciego, se ve “obligado” a seguir con su forma de vida tan egoísta. Lázaro reprueba la crueldad y la vileza del hombre pero a lo largo de la novela nos damos cuenta que aprendió algo de él y es valerse por sí mismo y ser cabrón algunas veces.

Para muestra un botón: “Holgábame a mí de quebrar un ojo por quebrar dos al que ninguno tenía”. Ésta es una de mis líneas favoritas por dos cosas: primero, contiene todo el resentimiento que Lázaro sentía por su amo hasta el punto de sacrificarse un poco, sufrir, con tal de que el viejo sufriera el doble; segundo, por el hermoso juego de palabras con estuche incluido, de usar de forma literal y figurativa al mismo tiempo una cualidad importantísima de su amo. Obviamente hablo de su ceguera.

La religión es muy importante en la novela, claro que sí: es otra forma de obtener el dinero. La devoción es una fuente inagotable, como inagotable es el pecado, de dinero.  A lo largo de los relatos uno se da cuenta que los que saben esto, le sacan provecho así sea sacerdote, así sea vende bulas, un pobre ciego o un muchacho hambriento. La religión y la ingenuidad (una de las variables dentro de la fe sin condiciones) son salvavidas para algunas personas.

Incluso está bastante explícito en algunos párrafos: “No nos maravillamos de un clérigo ni fraile, porque el uno hurta de los pobres y el otro de casa para sus devotas”. Pero sobre la credulidad hay una línea más reveladora: “especialmente mujeres, que cuanto les decían creían”. Lejos está el siglo XVI de una revolución feminista extrema, y considero que en ese tiempo, una línea así puede significar dos cosas: o que a las mujeres se les tenía como seres pueriles fáciles de engañar, o que la carencia de educación en ellas las hacía de esa manera. Apostaría por las dos.


Siguiendo con el ciego, Lázaro aprende, se burla de él varias veces pero es siempre descubierto, hasta que se cansa, lo hace una última vez y lo deja ¿Cómo se vería socialmente a un hombre que carece de alguna facultad sensitiva como el ciego, que reparte hierbas y oraciones por unas cuantas monedas? Tal vez el autor quiso desnudar a la figura típica del hombre hambriento, pobre pero honrado y dejar la duda de que no sea así, que quizá el pobre no por ser pobre es menos o más humano.

Cuando Lázaro dice “…solo soy, y pensar cómo me sepa valer” justo después de que le cae el veinte que tiene que aprender y ser fuerte, no sólo se da cuenta de eso sino que es la primera vez que (al menos en el texto) se mira así mismo como alguien que no tiene a nadie más y que tiene que comenzar a pensar en él y sólo en él porque nadie más lo hará. No es egoísmo, es supervivencia básica, nivel uno.

“Me pareció que el cielo, con todo lo que en él hay, me había caído encima”, esta frase subrayada en el libro no parece tan graciosa, pero cuando la unes con la imagen de Lázaro acostado boca arriba, bebiendo feliz de la vida, creyéndose el muy astuto, y después imaginar el licor estampándose con todo y botella en su cara…resulta una de mis favoritas.

Lo más feo de todo es que no importa cuán malos sean con él, a la vista de la demás gente él es el diablillo, él es el que hace travesuras pasadas de lanza. Y los amos no reparan en contarle al mundo cómo descubrieron tal o cual trampa para hacerse los más listos.

El Tratado Dos habla sobre su segundo amo. Rabia me da escribir sobre ése.  El segundo amo  es el sacerdote, otra figura típica en la que la sociedad española podría tomar como alguien bueno. Incluso Lázaro, después del viejo, todavía no capta que la maldad está en el hombre y no importa que se haga llamar “hermano de la caridad”, “hijo de Dios”, o  que sea un bebedor asiduo de vino.  Y en este segundo capítulo se da cuenta que la avaricia está en todos lados, incluso en la casa de Dios.



Más flaco que nunca está el Lazarillo cuando se le ocurre hurtar de la caja donde guarda panes y cebollas, sacando copia de una llave. El fraile no es tan astuto como el ciego y eso permite a Lázaro pasar desapercibido y aumentar algo de peso. Pensando que son ratones, el amo tapa los orificios de la caja pero enseguida el Lazarillo encuentra la forma de hacer que parezca roto.

O cuando por pequeñas frases de menos de diez palabras nos damos una idea de lo egoísta y maldito que puede ser una persona, independientemente de su juramento ante cualquier dios: “Cómete eso, que el ratón cosa limpia es” ¿es en serio? La poca comida que le daba a su sirviente estaba toda ratoneada. Eso es no tener madre. No importa tanto, porque en este caso, Lázaro sabía que no estaba realmente sucia, más que de sus propias manos.

Es clara la crítica del autor hacía este personaje religioso, incluso en la parte del diezmo, a lo mejor para concientizar de alguna forma el uso real de estas monedas en las misas. Pero lo peor, lo peor de todo, es que no se da cuenta de la mala persona que es y parece muy natural a sus actos: “Y santiguándose de mí como si yo estuviera endemoniado tórnase a meter en casa y cierra su puerta”, podríamos retomar la frase del principio: “…huyen de otros, porque no se ven a sí mesmos”. Puto.

El tercer capítulo es mi favorito: hombre con porte, bien vestido, altivo, se siente merecedor de grandes tierras, mentiroso. Lázaro se siente aliviado al principio, piensa que al fin comerá algo.
“Bien consideré que debía ser hombre, mi nuevo amo, que se proveía en junto, y que ya la comida estaría a punto tal y como yo la deseaba y aun la había menester”.

Poco tarda Lázaro en darse cuenta de la verdad.

“…estuve en poco de caer de mi estado, no tanto de hambre como por conocer de todo en todo la fortuna serme adversa”.

El caballero disfraza su estado famélico con rosas, nobles y escudo de armas. “Hartar es de los puercos y el comer regaladamente es de los hombres de bien”. Cuán orgulloso debe ser alguien para decir que si no come es porque es hombre de bien, aunque se esté muriendo de hambre y le quite la comida a su siervo. “¡Oh, Señor, y cuántos de aquéstos debéis vos tener por el mundo derramados, que padecen por la negra que llaman honra lo que por vos no sufrirían!”. Directo al acervo de frases reveladoras.

“Tanta lástima haya Dios en mí como yo había dél, porque sentí lo que sentía, y muchas veces había por ello pasado y pasaba cada día”.

A diferencia que con el ciego y siguiendo con la metáfora tan cool de los ojos, Lázaro se quitaba un ojo para dárselo a su amo. Se sentía culpable de cierta forma porque comprendía (aunque no le parecía del todo) su comportamiento tan orgulloso, en el fondo sabía que se moría de hambre pero también de vergüenza y quizás no lograba entender a ciencia cierta cómo era el segundo sentimiento pero sí sabía que con el primero ya bastaba para ser un desdichado. Sin que eso significara que su comportamiento tan snob no lo frustrara.

De este capítulo, uno de los párrafos elegidos es:

-No hay tal cosa en el mundo para vivir mucho, que comer poco.
-Si por esa vía es- dije entre mí-, nunca yo moriré.

Otra cosa que le diría al autor, es que me hizo sentir culpable muchas veces por reírme de cosas tan crueles como el hambre.

Si hubiera un certamen de los párrafos más garbosos, no repararía en darle el premio a la parte donde Lázaro resuelve: ¡Oh desdichado de mí! Para mi casa llevan a este muerto! Tardé minutos en poder retomar la lectura y respirar al mismo tiempo.

“Hablaba dos horas en latín: a lo menos, que lo parecía aunque no lo era”.


El caso es medir la ignorancia y aprovecharse de ella. Es un razonamiento como: Las personas no saben nada de latín, tampoco yo, pero sé que no saben entonces les diré que yo sí sé y pensarán que deben de seguirme porque sé más que ellas.

En el último capítulo Lázaro agradece los males que pasó, sobre todo con el ciego porque de ellos aprendió y pudo posicionarse, casarse y vivir bien, o al menos comer todos los días.

 Este libro lo leí en la versión infantil hace diez años, lo leí varias veces y entonces me pareció muy divertido, en ese entonces no hice un análisis ni parecido a éste. Leerlo en la versión más rebuscada, una década después hace que entienda cada frase divertida y hasta sienta algo lúgubre en los chistes, pero sobre todo me despierta el ansia de saber dónde está el autor y pensar que sería muy chido hablar con él, o que el hablara más bien. 

2 comentarios:

  1. muy buena tu compresión me ayudó mucho,que encanto és leer lazarillo me devirto con los chistes,en el empezo no queria mucho la lectura más ahora me encanta todo,voy presentar un seminário y estoy a procura de cosas lo tuyo trabajo me dió un camino.
    Gracias.

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  2. Gracias...igual a mi me ayudó bastante...no tenía idea de que hacer pero con esto me ayudó a comprender mejor

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