sábado, 5 de octubre de 2013

Remato el cuerpo

MÉRIDA, Yucatán, México. 9 de septiembre de 2013. Katia Rejón Márquez “De alguna manera todos vendemos nuestro cuerpo”, contesta una chica a otra que le había dicho que vendería su cuerpo para pagar algo que no recuerdo.  Pláticas de autobús, tres segundos de filosofía espontánea.
Voy pensando en eso mientras camino por las calles de un centro asoleado, lleno de caras goteando, van llevando sus cuerpos obligados a caminar, a correr. Paseaba buscando una calle en específico, quizá la 63. Como siempre, suelo evitar el roce de cuerpos sudorosos aunque casi nunca me funciona.

Veo a un hombre a cuadros mirar el umbral de la tienda de novedades que está junto a mí. Nos encontramos de frente pero sus ojos parecen irse de lado y yo queriendo conservar el equilibrio visual decido que voltearé al mismo lado. Viendo su cara sorprendida, sus labios entreabiertos, su respiración pasmosa, no puedo más que advertir que descubrió un cuerpo.

La miramos: debe tener menos de 19 años, se mueve al ritmo de la música, aunque quise ignorar la canción de letra lamentable, ahora le doy cuerda al oído y todo se vuelve un vídeo musical de bajo presupuesto. Nos encontramos con una chica de cabello "rojo", pequeña, con una blusa naranja y unos pantalones de color, parece una llamita, un arbolito incendiándose, baila con movimientos extraños, catalogados de mal gusto: perrea. En la puerta de su trabajo. Le pagan por perrear en la puerta de su trabajo. Atrae gente, dicen. ¿Gente? ¿Hombres de a cuadros, gordos y bigotones que se detienen medio minuto, como metiendo mano, con terror a quemarse con esa llamita? Clientes para que compren qué. Yo, anonadada frente a los dos.

Ingenua de mí, creo que se detendrá al sentir sus ojos bailándole todo el cuerpo, baile de ojo con cuerpecito naranja, cabello naranja, manos naranjas. Pero no, comienza a convulsionar las caderas con más fuerza, la llama comienza a volverse azul hasta tragarse al hombre. Lo calcina. Cerdo adobado en medio de la calle. Lumbre roja disuelta. Se peinan despacito, se despiden. Huelen a jaboncito rosavenus. Me topa el hombro cuando se va. Brinco porque no hay sudor más indeseable que el de un raboverde saliendo del placer.

Concluyo que hay muchas formas de vender el cuerpo. Es el producto más explotado y con más presentaciones. Algunos lo rematamos en la oficina de algún trabajo que no nos gusta. Saltamos de la plancha al mar, empujados por la necesidad y la caducidad (no calidad) de vida. En fin, si lo vamos a vender, al menos que sea en beneficio del mismo, con un contrato de ganar-ganar y reembolso en caso de enfermedad, infelicidad o mirones embabados.

 @Katiaree


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