martes, 11 de marzo de 2014

El bailongo de los viejitos






Llegué como a las seis de la tarde al centro con mi cámara en el pecho y mi gafete con la fotografía oficial en la que todos salimos horrendos. Tocaban una cumbia que no reconocí y como en un escenario de box, había gente alrededor de la pista, sentada en sillas de aluminio. Comencé a tomar fotografías y un señor de camisa de cuadros me llamó con la mano, y me señaló a la mujercita de morado que iba de un lado a otro frente a él. Quería que la fotografiara y lo hice, le sonreí lo mejor que pude, y me fui con tres fotos de ella.

Había un número enorme de parejas bailando, todas juntas, al mismo ritmo, algunos hombres llevaban sombrero, pantalón y camisa o camiseta, las mujeres llevaban vestido o falda, había tanto amor en tan poco espacio que me perturbó la escena. Me quedé viendo a todos como idiota, amable todo el mundo me sonreía, yo quería bailar con ellos. No había gringo que no pasara bailando entre la gente, tan arrítimico, tan desacompasado, qué va saber de zapatear, de una cumbia sabrosa, del popurrí de mambo. Nada, mira a ese güero, no sabe menearla jijiji. Y las mujeres rubias creyendo que bailaban el hula, giraban sus muñecas como si fuera baile español. En el danzón todos abrazaban a sus mujeres de la cintura y ellas se pegaban ni sonrientes ni tristes, estaban como en trance. Bailaban de forma parsimoniosa, los extranjeros eran el negrito en el arroz, iban a destiempo, que paren la orquesta ¡el que no sepa bailar que se vaya! 

Y yo ahí parada esperando que alguien me sacara a bailar, hubiera dicho sí sin pensarlo, pero me quedé viéndolos. Un señor mayor de sombrero y filipina me ofreció unos halls, he aprendido que rechazar más que educado y discreto puede tomarse como evasión y grosería, así que me incliné tomé uno y le agradecí dos veces, una con "gracias" y la otra sonriendo, él me devolvió completa su sonrisa practicada por años. 

La fiesta siguió, cuando la banda terminaba de tocar todos aplaudían y se quedaban parados esperando la siguiente canción. Cuando empezaba se quedaban quietos, poco a poco volvían a moverse, esperaban reconocerla, no bailaban de inmediato, saboreaban el inicio. Un hombre de peluca rubia bailaba con su espalda inclinada hacia adelante, apenas y movía los pies, eran como pasos cortados, las manos imitando a un tren hacían círculos con los puños y los codos pegados a las costillas. En ese momento me di cuenta de que no importaba por qué o quién estuvieran ahí, si por la Ley Federal número cuatrocientos doce, si por los Derechos Humanos de los Adultos Mayores, si por Fulanito de tal del partido equis, si porque eran productos de una manipulación Laswelliana, vale madres, eran felices bailando y lo era yo también ahí frente a todos ellos. 

El director de la orquesta me preguntó en broma si a mí no me sacaban a bailar, le contesté que no con una profunda y sincera tristeza ¡eso estaba esperando desde que llegué al lugar! que un viejito se acercara a decirme si le concedía la pieza de La Puerca de Luis Carlos Meyer. Siguiendo con la observación de mis personas favoritas en la juerga, vi a una señora morena de blusa café, era del mismo tono que su piel y cuando giraba parecía que no llevaba ropa puesta. En ese momento todo me parecía posible, yo estaba ahí entre gente que no conocía conteniéndome para no lanzarme y abrazarlos a todos. Iba de aquí para allá tratando de encontrar el lugar ideal para ver. Seguí tomando fotos hasta que dieron las siete. La música terminó y todos comenzaron a irse ¿ya? ¿así tan rápido? les pregunté a unos mariachis si ellos iban a tocar, me contestaron que sí. 

Me acerqué a la señora que bailaba con el viejito de la peluca.

-¡Hola! ¿es la primera vez que vienen aquí?
-No, este...hola, no, casi siempre venimos
-ah, y ¿siempre toca la misma banda?
-Uy sí, desde hace mmm...oye, ¿desde hace cuánto que toca la banda?, le preguntó al viejito
-¿Qué?
-la banda
-¿qué tiene?
-¿desde hace cuánto que toca?
-ya tocó
-nooo, qué desde cuándo toca
-ah, hace veinte años

-¿veinte años? contesté sorprendida
-sí, y me miro con ojos de querer reír. 
-wao
-sí
-¿y hace veinte años que viene?
-yo no, él sí, ya tiene sesenta años viniendo
-Ah, se pone bien ¿no?
-Sí, y el último domingo de cada mes traen a cuatro bandas, tocan en dos partes de los Bajos, se van turnando.

Le hice otras preguntas, se llamaba Irene. Mucho gusto, Irene, soy Katia. Mucho gusto, Katia. Y me fui. Cuando llegué a la esquina se escuchó una canción de Inspector, ya estaba cerca del mercado, la oí y quise volver, de verdad quise volver.

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